Anne Case & Angus Deaton, Deaths of Despair and the Future of Capitalism, Princeton: Princeton University Press, 2020, 312 páginas.
Ha ocurrido un cambio insólito en la salud pública de los Estados Unidos: las expectativas de vida han caído por tres años consecutivos (2014-2017). Este preocupante acontecimiento recuerda a cifras similares a las de 1918 durante la pandemia de influenza del virus H1N1 al finalizar la Primera Guerra Mundial. La caída de las tasas de mortalidad fue uno de los grandes logros del capitalismo y de la globalización en el siglo XX, aumentando las expectativas de vida.[1] No obstante, este hecho —que creíamos un dato de la causa—, ha cambiado para los Estados Unidos debido a un incremento sostenido de los suicidios y de la tasa de mortalidad para todas las personas blancas de mediana edad.
En su nuevo libro Deaths of Despair and the Future of Capitalism, la economista Anne Case y el premio Nobel de Economía Angus Deaton (matrimonio de economistas de Princeton) exploran este fenómeno de la mortalidad en profundidad, analizando los procesos socioeconómicos que están llevando a muchas personas en Estados Unidos a sucumbir. Los autores documentan las crecientes tasas de mortalidad por suicidio, sobredosis de drogas y enfermedades hepáticas relacionadas con el alcoholismo, algo que los autores denominan: las “muertes por desesperación”. “Muertes por desesperación” serían así todas aquellas muertes que provienen de: 1) suicidios, 2) sobredosis de drogas y la epidemia de muertes producto de los opioides[2], y 3) alcoholismo y enfermedades hepáticas relacionadas. Durante cada año más de 100.000 estadounidenses mueren a causa de estos tres tipos de muertes por desesperación. Sólo en el 2017, más de 158.000 norteamericanos murieron victimas de dicho fenómeno.
1. Una tendencia de mortalidad nunca vista
En las últimas dos décadas, estas “muertes por desesperación” han aumentado drásticamente, y ahora cobran cientos de miles de vidas estadounidenses cada año. Es más, las tasas de decesos en general han aumentado para los estadounidenses blancos no hispanos de mediana edad (pero no para los estadounidenses negros o hispanoamericanos). Esta nueva tendencia es preocupante, ya que las cifras indican que hombres y mujeres blancos en edad de trabajar (entre los 45-54 años) sin título universitario se están muriendo de suicidios, sobredosis de drogas y enfermedades hepáticas relacionadas con el alcohol. Los autores documentan que, entre 1999 y 2017, más de 600.000 muertes adicionales (muertes que superan el número demográficamente predicho por las estadísticas) ocurrieron sólo entre personas de 45 y 54 años. Un cambio de tendencia en salud nunca visto y relacionado con la epidemia de opioides. Para poner estos números en perspectiva, la pandemia de VIH/sida ha arrebatado la vida de aproximadamente 675.000 norteamericanos desde inicios de los 80’.
Es este fenómeno el cual los autores tratan de analizar con datos convincentes, para luego ofrecer ciertas explicaciones del por qué esta sucediendo este cambio de tendencia en los fallecimientos. Lo problemático de este patrón, es que “el aumento de las muertes por desesperación ha ocurrido casi en su totalidad entre aquellas personas sin un título universitario. Aquellos con un título universitario están casi exentos de dichas muertes”.[3] Peor aún, en el libro se evidencia que: “la brecha cada vez mayor entre quienes tienen y no tienen un título universitario no es solo en la muerte sino también en la calidad de vida; aquellos que no tienen un título están viendo aumentos en sus niveles de dolor, mala salud y angustia mental grave, y disminuyen su capacidad para trabajar y socializar”.[4]
Este nuevo fenómeno es desigual, pues ha generado un “clúster” o un tipo de epidemia que pareciera golpear sólo a un sector marginado de la población. Así, este trabajo hace dos contribuciones: primero, evidencia con una riqueza de datos este nuevo fenómeno o epidemia de muertes entre 1999-2017 en el cual las muertes por abuso de drogas, suicidios y alcohol han subido en conjunto y han devastado, de sobremanera, a la población blanca norteamericana. Y, segundo, proporciona una explicación socioeconómica y de economía política para tratar de entender las causas subyacentes que explican los orígenes de dicha epidemia.
2. Mercados laborales y la destrucción de una forma de vida
En la parte central del libro, los autores exponen la anatomía del problema de las muertes por desesperación. En ella buscan presentar hechos para demostrar que existe un real problema en la sociedad norteamericana y que pareciera golpear de sobremanera a un grupo particular de la población que ha sido marginado del debate político y del capitalismo globalizado. Interesante es cómo los autores evidencian una gran división en Estados Unidos, y no entre clases sociales o raza —como se pensaría— sino que a través de la diferencia en la educación. Hoy dicho país pareciera estar divido en dos grupos: aquellos con educación universitaria y aquellos sin esta. Los autores constatan que “La educación es uno de los elementos clave para entender quienes están muriendo y por que”.[5] La diferencia en educación superior separa a aquellos que sufren la epidemia de muertes de aquellos que no, generando una división problemática en la sociedad.
El efecto fundamental de la educación en dichas muertes, según los autores, pareciera trabajar a través de dos grandes mecanismos: Primero: salarios estancados o en disminución para aquellos que no poseen títulos universitarios. Los salarios medios de los hombres norteamericanos han estado estancados por medio siglo y, peor aún, para aquellos hombres blancos sin un título universitario, los ingresos medios han perdido un 13% de su poder de compra entre 1979-2017. Así, “la prolongada caída de los salarios es una de las fuerzas fundamentales que actúan contra los estadounidenses menos educados”.[6] Segundo: la contracción de oportunidades de trabajo debido a cambios en los mercados laborales, que se traducen en menos oportunidades de trabajo y en trabajos de menor calidad o trabajos precarios con alta rotación.
Case y Deaton señalan que los tres tipos de “muerte por desesperación” están relacionados y comparten la característica común de reflejar una gran infelicidad e insatisfacción con la vida que llevan muchos estadounidenses sin educación superior, producto fundamentalmente de un deterioro en los mercados laborales y en la pérdida de puestos de trabajo de la clase trabajadora. Todo esto nos habla de las pocas oportunidades para quienes no tienen una educación superior en el mercado laboral, impulsadas por varios factores, incluidos la globalización y la automatización. En palabras de Case y Deaton: “Con la globalización, el cambio tecnológico, el aumento de los costos de atención médica de los empleados y el cambio desde la manufactura a los servicios, las empresas se están deshaciendo de la mano de obra menos educada, primero fueron los negros y luego los blancos menos educados”.[7]
Otro aspecto inquietante es el capítulo 9, “Opioides”, en donde los autores constatan la enorme epidemia de drogas y de abuso del consumo de opioides en Estados Unidos. Los opioides y su consumo están involucrados en el 70% de todas las muertes relacionadas con drogas y sobredosis en dicho país; no obstante, estas sustancias se usan casi como analgésicos y se prescriben a aquellas personas que experimentan dolor. Tres de los opioides más nocivos de esta epidemia son: la oxicodona, que se vende como OxyContin, la hidrocodona que es el Vicodin y el Fentanyl. Todo comenzó cuando los médicos y dentistas empezaron a prescribir cada vez más opioides para todo tipo de dolores, especialmente después de la aprobación legal del OxyContin en 1995. Más tarde, en el 2011, la heroína y el Fentanyl ilegal, importado desde China y México, causó estragos para suplir la demanda de la nueva adicción.
Según los autores, esta epidemia de muertes por abuso de drogas “no hubiera sucedido sin el descuido de los médicos, sin un proceso de aprobación defectuoso en la FDA, o sin la búsqueda de ganancias por parte de la industria [farmacéutica] a cualquier costo humano. (…) Esta es una historia de oferta no de demanda, en donde se obtuvieron inmensos beneficios al generar adicción y matar gente, y donde el poder político protegió a los perpetradores”.[8]
Así las cosas, el relato de Casen y Deaton queda bien hilvanado: la epidemia de abusos de droga y opioides aceleró el proceso de “muertes por desesperación”, arrojando bencina en el incendio que ya venía desarrollándose dentro de la población blanca norteamericana sin educación superior. La epidemia de drogas entonces, no creó el fenómeno sino que más bien aceleró y exacerbó un proceso de deterioro socioeconómico mucho más grande que se venía incubando en la clase media blanca norteamericana: la sostenida pérdida de trabajos, deterioro del estilo de vida de la clase trabajadora manufacturera y la destrucción de un marco de referencia productivo en el cual ciertas personas llevaban vidas dignas y significativas.[9] Sería, a fin de cuentas, la destrucción de una particular forma de vida, en concomitancia con la epidemia de opioides, lo que gatilló el fenómeno de “muertes por desesperación”.
La Sección III del libro analiza efectivamente este deterioro y cuestionan distintas hipótesis alternativas que buscan explicar las razones del por qué esta epidemia de muertes esta ocurriendo sólo en Estados Unidos y no en otras partes del mundo. La explicación de Deaton y Casen parte cuestionando otras tesis relacionadas con dichas muertes. En lo específico, el libro muestra de manera convincente de que ni la pobreza, ni la desigualdad económica (el tan vilipendiado 1%), ni la Gran Recesión financiera del 2008 tienen que ver con el fenómeno de las “muertes por desesperación”. Más bien, la tesis central es que “las muertes por desesperación reflejan una tendencia a largo plazo y el lento desarrollo de la pérdida de una forma de vida para la clase trabajadora blanca y menos educada”.[10]
Los autores sugieren que el problema comienza, primero, por el hecho de que Estados Unidos tiene escaso crecimiento y que dichos problemas económicos están afectando de sobremanera a la clase trabajadora. El crecimiento económico durante los 90’ cayó por debajo del 2%. A principios de los 2000’, este era menos del 1%. En la última década, este se mantuvo apenas por debajo del 1,5%. Este magro crecimiento ha dañado la calidad de vida de la clase trabajadora, ya que diferentes segmentos de la población han experimentado esta desaceleración de manera distinta: “la combinación de bajo crecimiento y distribución menos equitativa es una doble calamidad para los estándares de vida de aquellos que no están en la cima”.[11] Un ejemplo de lo anterior es la diferencia salarial entre una persona con o sin un título universitario, conocido como el College Premium. Las ganancias adicionales para aquellos con un título universitario se han duplicado entre 1980-2000, pasando de una diferencia salarial de un 40%, ha un Premium de un 80%. Este es un cambio predecible del sistema productivo, ya que las economías desarrolladas se están volviendo más intensivas en conocimiento y habilidades blandas, por lo que las habilidades cognitivas y la educación especializada se están volviendo cada vez más valoradas. Esto es conocido como skill-biased technological change y golpea sobretodo a la clase media trabajadora sin educación superior, generando una divergencia económica entre aquellos que se benefician del proceso de globalización y aquellos que quedan rezagados.
De la misma forma, no sólo los salarios se han estancado, sino que además ha habido un declive en el número de personas que se suman al mercado laboral. Desde el año 2000 que el ratio empleo/población evidencia una tendencia a la baja y este ha sido más severo para los hombres americanos sin educación superior. Case y Deaton argumentan que esto ha generado dos cosas negativas. La primera es que los buenos trabajos en las empresas de manufactura hayan desparecido, reduciendo las oportunidades y el mercado laboral de ese sector de la población. La segunda es una reconfiguración del mercado laboral en donde dicho sector se tuvo que desplazar desde los generosos trabajos manufactureros hacia empleos menos atractivos en los sectores de servicios y empresas de subcontratación o outsourcing con altos niveles de rotación. Entonces, los menos educados están bajando su participación en el mercado laboral y además sus salarios se han estancado. El desafío es la reconfiguración de las formas de trabajo para aquellos con menor educación producto de las tecnologías, la automatización y la globalización.
Toda esta historia sugiere que la disminución de los ingresos es importante, pero lo clave, en realidad, es el deterioro a largo plazo de las oportunidades laborales para los menos educados y la estrechez de sus mercados laborales. Estos luego repercuten en el contexto social de dicha clase trabajadora, erosionando su capacidad de contraer matrimonio, de tener una pareja estable, de criar hijos y de tener relaciones sociales saludables: “vemos que la disminución de los salarios está socavando lentamente todos los aspectos de la vida de las personas”.[12] Así, el elemento clave de este deterioro es el declive de la familia, de la salud, de la comunidad y la religión que ocurren producto del cambio negativo en la naturaleza del mercado laboral: “fue la destrucción de una forma de vida que consideramos central, no la disminución del bienestar material; [el shock de] los salarios funcionan a través de estos factores, no directamente”.[13]
3. Los culpables: el sistema de salud y un capitalismo clientelar
La parte final del libro busca respuestas al por qué esta epidemia de “muertes por desesperación” ocurre sólo bajo el capitalismo estadounidense y no en otros países. Casen y Deaton reconocen que no son los mercados libres o el capitalismo competitivo la raíz del problema, sino que la manera de política pública en la cual Estados Unidos ha enfrentado este proceso de desindustrialización, a diferencia de otros países que han creado una red asistencial más robusta para la población afectada. De esta forma, los autores apuntan sus dardos a dos elementos: el sistema de salud y sus costos exorbitantes y a un capitalismo clientelar y “de amigotes” (crony capitalism[14]) que le ha dado la espalda a la clase trabajadora, promoviendo la redistribución ascendente mediante la manipulación política de los mercados.
Para los autores el sistema de salud norteamericano es el principal villano de esta historia. Con respecto a dicho sistema, estos son tajantes: “las muertes por opioides recetados fueron causadas por el sistema de salud (…) pensamos en ellos como un cáncer que ha hecho metástasis en toda la economía, estrangulando su capacidad para brindar lo que los estadounidenses necesitan”.[15] El problema del sistema de salud es que es demasiado costoso e ineficiente y su gasto excesivo esta pesando en las empresas y en los trabajadores. Dicho sistema se ha convertido en un lastre para la economía, empujando los salarios efectivos a la baja, reduciendo el número de buenos empleos e incentivando a los empleadores a contratar menos trabajadores.
El problema es el daño indirecto que genera el alto gasto en el sistema de salud, a través de un excesivo costo en el seguro médico obligatorio proporcionado por el empleador, el cual baja los salarios efectivos e incentiva la subcontratación y la automatización de los trabajadores menos educados (i.e., los robots no necesitan seguros de salud y los costos de atención y seguros médicos representan una gran parte del costo total de contratar a un trabajador menos educado). Las encarecidas primas de salud que pagan los empleadores equivalen a un impuesto perverso sobre la contratación de trabajadores menos calificados. Entonces, incluso cuando los salarios de los trabajadores se han estancado o disminuido, el costo total efectivo para los empleadores ha aumentado. Es la “explosión de los costos” totales del sistema de salud, “lo que está destruyendo la capacidad de la economía para servir a los trabajadores menos calificados como podría y debería”.[16] Los beneficiados de este sistema son los hospitales, los doctores (que actúan como un cartel) y la industria farmacéutica y sus lobistas.
El segundo problema es la presencia de un capitalismo clientelar que beneficia a algunos al desmedro de otros. Deaton y Casen están lejos de ser anticapitalistas: “no estamos en contra del capitalismo. Creemos en el poder de la competencia y del libre mercado. (…) Pero el truco es asegurarse de que los mercados, el comercio, la innovación y la inmigración funcionen para las personas, no contra ellas, y no para beneficiar a algunos en desmedro de muchos”.[17] Para los autores, el sistema americano y algunos mercados no están trabajando para ayudar a la clase media trabajadora, sino que al contrario les están haciendo la tarea más difícil. Lo ocurrido con el sector de la salud y la epidemia de muertes por opioides son el caso más vil de todo aquello.
4. Lecciones para el futuro del capitalismo
Para concluir, Casen y Deaton nos recuerdan que “seguramente no podemos permitirnos el lujo de renunciar al crecimiento económico, por lo que debemos hacer un mejor trabajo para asegurarnos de que todos se beneficien de él. El problema no es la globalización ni la innovación; el problema son las políticas públicas para hacerles frente”.[18] Ante esto, los autores al concluir el libro proponen una batería de medidas políticas para, primero, reformar el sistema de salud norteamericano y poder disminuir sus costos totales, y, segundo, para robustecer y mejorar el sistema de seguridad y protección social, para que ambos trabajen al servicio de aquellos desfavorecidos por los procesos globales. Entre algunas medidas propuestas están: crear un sistema universal de salud, combatir el rent-seking de la industria farmacéutica a través de fortalecer las leyes antimonopolios y pro-competencia (antitrust) y crear un sistema de subsidios para los salarios. No obstante, el tratamiento argumentativo de estas reformas resulta superficial y es la parte más débil y menos convincente de este trabajo.
Con todo, el gran mensaje de este libro para el capitalismo del futuro es que debemos hacernos la siguiente e incomoda pregunta: ¿Cómo el capitalismo y los mercados están afectando a aquellos sectores menos educados de la población y a la clase media trabajadora? Tratar de responder esta pregunta con honestidad y con altura de miras es el gran desafío que tienen las democracias liberales de cara a la cuarta revolución industrial. El caso norteamericano debería ser un ejemplo de lo que no debemos hacer como sociedad, y debería servir como una señal de alerta para el capitalismo del futuro, respecto a los peligros y tragedias que surgen cuando el bienestar de las personas (como el de aquellos afectados por la globalización), es descuidado por la búsqueda de rentas, el lobby y el clientelismo que beneficia a algunos pocos. El futuro del capitalismo puede ser uno de enorme prosperidad y bienestar, como todo el trabajo de Angus Deaton bien lo evidencia, pero hoy somos más conscientes de ciertas amenazas y debemos agradecer a Casen y Deaton por haber sonado las alarmas.
[1] Deaton, A. (2015). El gran escape: Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad. Madrid: FCE. [2] Los opioides son una clase de drogas que incluyen la heroína, los opioides sintéticos (como el fentanilo) y ciertos analgésicos que están disponibles legalmente con prescripción médica, como la oxicodona (OxyContin), la hidrocodona (Vicodin), la codeína, la morfina y otros. [3] Case, A. y Deaton, A. (2020). Deaths of Despair, p. 3. [4] Ibíd., p. 3. [5] Ibíd, p. 49. [6] Ibíd., p. 7. [7] Ibíd., p. 69. [8] Ibíd., p. 120 y p. 125. [9] Véase también: Rajan, R. (2019). The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind. New York: Penguin Press. [10] Case, A. y Deaton, A. (2020). Deaths of Despair, p. 146. [11] Ibíd., p. 151. [12] Ibíd., p. 8. [13] Ibíd., p. 183. [14] El crony capitalism es un sistema en el que las empresas prosperan no como resultado de la libre competencia y del libre mercado, sino que a través de la búsqueda de rentas (rent-seeking) y la colusión entre una clase empresarial y la élite política. [15] Ibíd., p. 187. [16] Ibíd., p. 209. [17] Ibíd., p. 212. [18] Ibíd., p. 222.
Comments